Caminando en mis zapatos
Durante mis casi 40 años de vida, he vivido experiencias que me han convertido en lo que soy. Todo tiene un camino y un porqué. Te animo a que te pongas en mis zapatos, tropezarás en mis pisadas.
Esta última frase suena muy intensa pero, en realidad, no es más que un extracto de la letra de Walking in my shoes
de Depeche Mode —te adelanto que es mi grupo favorito—. No por ello la hace menos cierta. Antes de juzgar a una persona, deberiamos de ponernos en su lugar, ir a los mismos sitios que fué y vivir las mismas experiencias que tuvo. Solo entonces entenderemos por qué es como es y los motivos que le llevaron hasta ahí.
Empezaré por el principio. Nací en 1983 y tuve una infancia parecida a la que cualquier niño de los 80 podría tener. Nos jugábamos la vida magullándonos los codos y rodillas en columpios oxidados con aristas y en un suelo de gravilla. Vale, me has vuelto a pillar, es una letra de otra canción.
Desde que tengo memoria hemos vivido en casa de mi abuela materna. Mis padres tenían su propia casa pero pasaban el día en esta otra. Y digo el día porque por la noche se iban a dormir a su piso, aunque yo me quedaba con mi abuela 🙂.
Dolores "la Dorotea" era una viuda —desde bastante joven— a la que la diabetes empezaba a dejarla ciega poco a poco. Yo era su único acompañante, ayudante y guardian durante la noche. Aprendí, a marchas forzadas, a leer bien, llamar por teléfono y pedir auxilio a los vecinos. Esta situación cambió justo después de que mi abuela sufriera un accidente doméstico, cayendo por las escaleras. Con cinco años, —sí, cinco años— pude llamar por teléfono a mi madre e informarle de lo sucedido. Por suerte, mi abuela se recuperó y, después de esto, mis padres decidieron poner en venta el piso y mudarse definitivamente a su casa.
A partir de aquí, comenzó un periodo —de unos siete años— medianamente normal. A finales de 1988 nació mi hermana María Dolores. Mi abuela —a la que yo llamaba mamá— seguía necesitando cuidados. Solía ayudar en cualquier cosa que necesitase: la acompañaba al banco, a la compra, le leía las cartas, le contaba los billetes de la pensión de viudedad o le sintonizaba la novela en la televisión. Mi padre trabajaba como electricista y se pasaba todo el día fuera. Mi madre, en cambio, ama de casa, trabajaba en lo que en los años ochenta y noventa era llamado "sus labores". En aquella época parecía lo normal, pero las "labores" le ocupaban todo el día, y consumía su energía para que a mi abuela, a mi hermana y a mí no nos faltase de nada.
El primer golpe
En 1995, cuando yo tenía doce años —y mi hermana siete—, mi padre sufrió un accidente laboral y falleció a la edad de treinta y ocho años. Este número —treinta y ocho—, se me quedó grabado a fuego. Se convirtió, de manera inconsciente, en una cifra límite, un muro infranqueable. Y aquí estoy yo, exactamente con esa edad, escribiendo este post con una crisis de los cuarenta brutal y anticipada encima de los hombros.
El mundo se nos vino encima. Mi madre se quedó viuda, con dos hijos a su cargo y una madre ciega. También con treinta y ocho años. Para volverse loca. Por si aquello fuera poco, mi madre denunció por negligencia a la empresa donde trabajaba mi padre, cuyo propietario era su cuñado, mi tío, el marido de la hermana de mi padre. Este hecho provocó que toda mi familia paterna se pusiera en nuestra contra. Había perdido a mi padre y a media familia en cuestión de meses. Con doce años.
Sin tiempo para respirar y segundo golpe
En la familia ya habíamos asumido esta "nueva normalidad", y vivíamos gracias a las pensiones de viudedad de mi madre y mi abuela. Mi hermana y yo seguíamos yendo al colegio y mi madre se ocupaba de la casa y de mi abuela. Era 1997 y yo tenía 14 años. Pasaba las tardes haciendo zapping entre los tres canales de música que tenía en aquel televisor ELBE, con una cinta virgen VHS puesta, y el vídeo preparado para capturar alguno de los videoclips que quería coleccionar. Así fue como descubrí Barrel of a Gun de Depeche Mode. Un resorte saltó en mí y esa misma tarde me acerqué al AMICA, un supermercado del pueblo que, sorprendentemente, tenía sección de música. Compré su disco Ultra y desde entonces, no han dejado de gustarme.
Mi hermana, que por aquel entonces tenía 9 años, comenzó a perder el apetito y la energía. Se la veía decaída y no entendíamos por qué. Mi madre la llevó al médico, que, tras una inspección y unos análisis rutinarios, nos transmitió la peor de las noticias: tenía leucemia.
Otra vez mi madre a punto de perder la cabeza y otra vez yo asumiendo el rol de padre, siendo un niño. Mi madre se mudó con mi hermana a Madrid para ingresar en el Hospital Ramón y Cajal, donde vivieron en aislamiento hasta encontrar un donante de médula compatible. Yo me quedé en casa a cargo de mi abuela durante todo este largo periodo.
Por suerte, ese donate apareció y mi hermana pudo recuperarse totalmente del cáncer. Ahora tiene 33 años y está así de guapa
Golpe definitivo
Año 2000: el futuro. Yo a punto de cumplir 18 años y entrar como adulto en un nuevo milenio. La recuperación de mi hermana nos dio un chute de energía. Terminé la E.G.B. y la E.S.O. y me disponía a arrancar el Bachillerato. También acababa de conocer al amor de mi vida, futura esposa y madre de mis hijos. Todo iba bien hasta que nos enteramos de que mi abuela-mamá tenia cáncer. Uno de estómago, en fase avanzada, incurable. Todo pasó muy rápido y para septiembre de ese año ya no la tenía.
Un punto de inflexión
Con la pérdida de mi abuela, tanto mi madre como yo —pero sobre todo mi madre— dijimos mentalmente y al unísono: "A tomar por culo". Mi madre había pasado los últimos 20 años de su vida cuidando a su madre, luego de su hija y luego de su madre otra vez. Yo había estado asumiendo un papel de adulto que no me correspondía en una familia que habia quedado reducida a su mínima expresión. Mi madre decidió dedicarse a sí misma y empezar a vivir. En mi caso, después de acabar el Bachillerato y un Módulo Superior de Desarrollo de Aplicaciones Informáticas, decidí, junto con mi novia, crear una nueva rama de la familia y poner en práctica todo este aprendizaje forzado.
También creé, junto con un compañero de módulo, la empresa DISITEC, dedicada al desarrollo de software. La cual da por sí sola para otro post 😅
Actualmente soy tremendamente feliz junto a mi mujer y mis dos hijos. Mi madre y mi hermana viven a 5 minutos de mi casa y seguimos siendo una pequeña familia, ahora algo más grande con la incorporación de tres miembros y dos perros.
Vivimos en la huerta de Murcia, en una casa con limoneros a la que hemos bautizado Villa Dorotea
en honor a mi abuela.
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